Blogia
fransilvania.es

Pegaso - Fran Ignacio Mendoza

Pegaso  - Fran Ignacio Mendoza

 

Sor Juana reza frente al crucifijo de su celda, descalza y de rodillas sobre las baldosas frías y húmedas de la abadía. Mira el crucifijo obnubilada.  Faltan diez minutos para maitines y aprovecha para clamar perdón al cielo y al reino de  las tinieblas – por si acaso-  por su pecado.

 

Entra en el refectorio después de las plegarias matinales y decide ayunar. Sor Inocencia que la observa desde hace días, nota algo extraño en su comportamiento. Y ya a solas, se acerca:

-          ¿Por qué no come nada hermana?, ¿se encuentra indispuesta, enferma?

-          No, querida Madre, no es nada, es solo que deseo limpiar mi organismo unos días. Una purga natural, solo tomaré agua y zumo de limón. Siempre he oído decir que las depuraciones son más aconsejables en verano, por el hecho de que se bebe más.

-          Bien- responde Sor Inocencia-, siempre que no te excedas, y si te notas debilitada lo cancelas, el ayuno es un acto purificador pero no debemos abusar.

-          Sí, Madre, no se alarme, soy consciente de mis fuerzas y mis limitaciones.

Después de toda la jornada sin probar bocado, toma ya en su cuarto, un vaso de agua, y se tiende en el suelo sin desvestirse, mirando hacia la ventana entreabierta por donde entra la luz de la luna. La misma que fue testigo de su error. La noche de San Lorenzo, que tomó vino- más de lo consentido- después de la cena y a escondidas en la bodega, cuando Sor Jacinta, la encargada de los fogones se retiraba a su aposento.

Nota que le invade el prurito insano que le obliga a rascarse sin remedio. Se sube los faldones y se rasca hasta sangrar las ingles. Se limpia y refresca el pubis que decidió rasurarse hace una semana, después de ese momento desafortunado…

Abandona el ayuno al quinto día, pero su cuerpo no se purifica y menos su mente; piensa en una solución aleatoria. Mientras todas están descansando a la hora de la siesta durante las horas de intenso calor, se encamina hacia la cuadra sin hacer ruido, echando los cerrojos con parsimonia. Entra y se acerca a Pegaso, -el caballo del páter que ellas cuidan en su ausencia- le vuelve a tocar suavemente, temblándole el corazón y las piernas por la abstinencia. Se sube sus ropas y vuelve a rozarse contra el animal, procurando que no se inquiete. Le acaricia y se frota contra él. En un instante el equino eyacula entre sus piernas y ella se tumba sobre la paja, retorciéndose en una extraña mezcla de placer, dolor y culpa. Pero el picor continúa…

Al día siguiente, después de ser buscada toda la mañana, encuentran a Sor Juana ahorcada del palo mayor del establo a escasos palmos de Pegaso.

Su pecado no ha sido expiado, ha quedado entre ella y su ecuestre amante.

 

 

Imagen: aliciamarcelinamoreno.blogspot.com

0 comentarios