El banquillo de los acusados
EL BANQUILLO DE LOS ACUSADOS
Fue en el banquillo de los acusados, en las dependencias de la frontera marroquí, después de haber sido cacheados y habernos encontrado a algunos de nosotros con chinas de chocolate en los bolsillos, una ridiculez, una bolita del tamaño de un guisante, en el caso de Fernandinho y en el mío.
Él estaba frente a mí, sus ojos me escrutaban asustados e intentaba sonreír, me dijo: no pasará nada, en castellano.
Le habíamos conocido horas antes en Tetuán, al salir de la Medina; estábamos en una terraza y al escuchar el acento portugués de la charla con su grupo, lo típico. Las cervezas y las bromas nos unieron, y entablamos conversación. Poco entendía yo entonces de portugués, pero con muletas a medias entre castellano, inglés y portugués nos entendimos los dos grupos.
Pero ahora estábamos allí en esa sala húmeda con olor a orina, en el suelo un vaso con azúcar derretido de un té de sabe dios quien, una nota encima del banquillo de al lado con una frase en castellano: el día que pregunté por “El Castillo” de Kafka,
y me indicaron arsenales sin género. Nos preguntaron qué significaba esa nota. Yo acababa de reparar en ella cuando el policía me increpó. No supe que decir, además no le entendía muy bien. Me encogí de hombros por toda respuesta…
Los pasos en la galería no cesaban. Fernandinho fue llamado por megáfono, no distinguí sus apellidos, solo que su nombre sonó como Ferdaninoh, con acento marroquí.
Me pasó la botella temblándole la mano para ofrecerme un trago, la tomé y salió.
Quedé solo, en una espera lenta y desigual. Los pasos provenientes del pasillo me ensordecían. Un ir y venir de escoltas, gente con bultos imponentes a la espalda como fardos repletos de ajuares y avíos. Un caos informe.
Allí se notaba que el sol jamás entraba, aquellos muebles que apestaban a desinfectante, a zotal si no me equivoco, y al olor putrefacto de unas hortensias en un jarrón, por llamarlo así, porque era un bote de garbanzos con media etiqueta desgastada, en una mesa contigua. Donde retiran los objetos personales y te toman los datos.
¿Quién trae flores a estos sitios? – me pregunté.
La luz intermitente del escaparate que ilumina los interiores en los films americanos ahora estaba allí. Era como un “Expreso de medianoche” en Marruecos.
El acento portugués, fue el nexo de unión. La espita que inició la charla y los acontecimientos que vendrían posteriormente. Ahora sí, después de varios viajes a Portugal y a Brasil, hoy puedo decir que entiendo y puedo defenderme en el idioma luso para una charla informal. Aunque prefiero la entonación brasileña, evidentemente.
Fernandinho era de Oporto pero decidimos que nos veríamos en Lisboa, por estar más próxima a Badajoz.
Éramos ambos poetas y la excusa de mostrarnos nuestros escritos más tranquilos era perfecta. Todo parecía ser natural, queríamos conocernos más, sin objetivo concreto o quizás confuso; yo no sé lo que pensaría él de ese chico extremeño que vivía en Mallorca, y que a veces pasaba en Badajoz un par de meses los inviernos. Ese chico soy yo: Miguel.
Dentro de un mes, un fin de semana, no sé con qué intenciones por su parte, todo eso lo hablamos a solas él y yo mientras cruzábamos el estrecho hacia Algeciras, tomando cervezas, y contándonos pequeños detalles de nuestros mundos. Con el halo de misterio alrededor de nuestras cabezas en todo momento. Es extraño como ese fulgor solo aparece en la adolescencia. Nunca más lo he sentido. Nos pasamos los teléfonos, y todo aparentaba ser un secreto entre ambos. Bueno de hecho lo fue. Los demás amigos no sospecharon nada. Luís y Kiko se arrancaron por sevillanas y divertían al resto del grupo de portuguesinhos. Juan dormía en cubierta tumbado el sol, agotado de tanto jadear y harrear por callejas.
Oporto… Me habló maravillas de su ciudad, durante el trayecto, de las casas de sus abuelos de principios del siglo XIX. Conservando detalles de arquitectura manuelina. Y fastuosas arañas colgantes de los salones. Todo me pareció novelesco.
Pero a Oporto nunca he ido, no sé porque o sí, sí lo sé, quizás el recuerdo de Fernandinho, el mal sabor de boca que me dejó todo lo que aconteció después, desviaron con el tiempo mi atención, hacia otros puntos geográficos.
El plantón que me dio en la Praça do Rossio, en la cafetaria Suissa, han hecho que haya evitado esa ciudad. Él nunca apareció, dieron las 6, las 7 y las 8, y en la terraza de la cafetería ya empezaba a refrescar. Llegaba gente distinta, vestida para la noche, mientras se despedían otros. Me sentí decepcionado y solo, un turista idiota, un pobre adolescente perdido en una ciudad como Lisboa, tan bella y con esa inauguración tan inesperada y triste.
Entonces, surgió de la nada Joao, que me había estado observando, según me dijo, un buen rato, y al estar toda la terraza repleta, me pidió permiso para sentarse a mi mesa. Por supuesto. No hablamos nada al principio. ¿Pasaron unos diez o quince minutos? Una eternidad. Pero la excusa de los cigarrillos ha hecho que muchos barcos salgan a flote. - ¿eres español?
Gracias a él, conocí algo de Lisboa ese fin de semana, el barrio del Chiado, los bares de noche más emblemáticos, las cantantes de fados, el elevador, os cafecinhos, todo tan romántico en la noche luso-estremenha.
Joao fue mi salvavidas para estar esos dos días en la cuidad blanca, nada más que un buen lisboeta, orgulloso de su país y de su cultura. Un guía natural. ¡Muito o’ brigado, menino, este você onde que este!
Lisboa… Años después tuve impresiones distintas – y no porque la primera al final no fuese grata-, ya que la llegada y las expectativas fueron muy adversas.
Pero el resto de veces que he viajado a Portugal me he llevado un sabor agradable y emotivo siempre.
Regresábamos de nuestro primer viaje a Marruecos, Luis, Juan, Kiko y yo, fueron las navidades- las primeras- lejos de un ambiente típicamente festivo y navideño, al contrario, era toda una novedad poder escuchar los cantos de los muecines convocando a la oración desde los alminares de las mezquitas, a sus horas acostumbradas y por raro que parezca, y siendo algo recién experimentado, no nos molestó a ninguno de los que íbamos, más bien nos relajaban esos cánticos de madrugada… Era vivir otra cultura por vez primera, bueno, Juan ya había estado con anterioridad él solo, de Marrakech a Tetuán. Para nosotros, fue algo unánime y que ni siquiera tuvimos que decidir o llevar a discusión, decidimos internamente quedarnos en Xauen y no seguir más abajo, ya que nos había encantado el pueblo azul, sus callejuelas, sus plazas y rincones, la amabilidad de los habitantes, las tortas de pan por la mañana, el te tan azucarado y con hierbabuena, los olores de las especias, las miradas llenas de sorpresa. Todo era un sueño vivido y compartido con amigos en común. Porque yo no conocía nada más que a Luis, amigo de la infancia, y de Sevilla, también hijo de emigrantes a Mallorca en los años 60, que habían retornado hacía años a su tierra, pero que seguíamos en contacto por carta y algunas llamadas o escapadas a Sevilla. Los otros dos, Kiko, al que he vuelto a ver en pocas ocasiones y que no tenemos contacto directo, solo sé de él y de su vida por Luís. Y Juan, que conectamos desde el minuto 0, y que mira por donde, las casualidades de la vida, después de adultos, un día recibí una llamada de alguien que me llamaba Miguel y no Micki, como me llaman los íntimos y conocidos.
-¿Eres Miguel? Sí, el amigo de Luís de Sevilla, que estuvimos hace 20 años en Marruecos ¿recuerdas?
Enseguida todo fueron anécdotas y bromas. Como cuando me dijo:”seguro que no me reconoces, tengo canas”, me partí a carcajadas. Teníamos ganas de vernos, se notaba. De hecho es la persona con quien aparte de Luis en la adolescencia, he estado a punto más veces, de mearme literalmente de risa, y de doblarnos de dolor desternillados en ocasiones por situaciones o gestos, balbuceos inverosímiles, que han hecho que nos tronchemos in situ, y recordándolo…
Juan apareció unos 15 años después – y no 20 años, como él dijo, siempre exagerando- de ese viaje, porque había encontrado un trabajo en Mallorca, en un pueblo, Santanyí. He de decir que la amistad verdadera comenzó entonces, y que hoy en día, es y considero uno de mis mejores amigos. Tenemos la suerte de ser amigos desde hace tantos años, porque de esos que has creído amigos y lo son, duran pocos. Todos lo sabemos. Además es histriónico y divertido como nadie, y serio y responsable en su trabajo y comedido con los desconocidos.
Hemos hablado muchas veces de ese viaje, y de lo alucinante que fue todo, incluso en su peor momento, con mi detención en la dependencia de policía, ahora que lo repasamos, recuerdo que fueron horas y nos parecieron días. Aquellas maneras de mirarnos los demás turistas, y la poca educación del suboficial al entregarnos nuestras pertenencias, como perdonándonos la vida… Con un rictus socarrón. Y sumemos a ello, los comentarios que se lanzaban otros dos agentes mofándose de nosotros y que hacía ese momento más desesperante aun...
Pero hubo momentos que hemos citado hasta la saciedad, como cuando buscábamos a el contacto de Juan, para comprar buen hashis y la persecución de un tío que lo había confundido con un americano, que juraba que le debía dinero, por toda la Medina un acoso incesante , señalándose el cuello en un gesto de “ te voy a cortar el pescuezo”, dirigido a Juan, y éste, acalorado, rojo de terror, huyendo a toda prisa, subiendo escalinatas empinadas y serpenteantes, bajando callejuelas , buscando la tienda de Hassan, que no estaba en ningún callejón. Los nervios le traicionaban de forma efectiva.
Nos habíamos perdido varias veces, llegamos a pasar delante de un niño que vendía guantes para la nieve no sé cuantas veces, ¿pero quién quiere guantes de ese tipo en Marruecos?, nos preguntábamos.
Luís estuvo a punto de que le robaran la cámara por detrás, una mano anónima que vi yo en el momento preciso, y le advertí: ¡Luís, la cámara! y en un acto reflejo, se la llevó al pecho… El ladronzuelo, un chiquillo endeble, me miró con hienas en los ojos.
La tienda de Hassan, el único que podía aclarar la procedencia de Juan, estaba al lado opuesto de nuestra tortuosa búsqueda, llegamos por azar, hartos de huir, con verdadero temor ya, porque el perseguidor, ya venía acompañado de varios chavales, que ladraban como perros: americam, americam…
Y menos mal que dimos con la tienda de mantas y chilabas, de las que hay miles, tomamos un té con el enemigo en frente, y Hassan, le explicó que a los demás no nos conocía, pero que Juan, era de Jerez, de España, amigo, no problema… Que había estado antes allí con él. Le había comprado algunas alforjas y alguna tetera. Eludió que también fumó chocolate con él para evitar males mayores. Y para que le viera como a un turista ingenuo.
El otro seguía refunfuñando, que el americano le debía 10.000 pesetas, sin acabar de creerse la versión de su paisano. Al final, salió no muy convencido y al girarse volvió a repetir el gesto de degollador. Pero ya nos quedamos más tranquilos, al verle perderse entre la multitud.
Vivimos esos momentos todos aderezados de aromas y colores en cada toma, cada segundo era una escena especial. La siguiente otra novedad. Del miedo a la euforia. Un paseo ameno y peligroso de Xauen a Tetuán y llegar hasta la frontera.
Un respiro cuando zarpó el barco; revisando a trompicones en nuestros macutos por si nos faltase algo de nuestras compras, estaba todo.
Los amigos portugueses enseguida nos localizaron y comentamos el mal trago pasado, uno de ellos decía: eu acho que a gente nao tornará mais nesse país, o algo semejante. Nos reímos todos y con la distensión nos apartamos algunos de otros conversando, así fue cómo el reencuentro con Fernandinho, resultó ser un gran alivio y el resto de la travesía digamos que mágica, con lo que ya he contado, la ilusión, las miradas, el mar brumoso y la decepción final.
El recuerdo no borra los deseos no resueltos.
© Fran I. Mendoza
Imagen : correodelorinoco.com
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