Introducción de Vicente Rodríguez Lázaro, para la presentación de El lenguaje interior de Fran Ignacio Mendoza, en el Palacio de la Isla, el 9 de abril de 2015, en Cáceres.
A medio camino entre Mallorca y Extremadura, su tierra natal, Fran Ignacio Mendoza cabalga de continuo sobre diversas monturas artísticas: la poesía, el relato, el artículo de opinión, el guión cinematográfico y la pintura. De esta manera, su actividad es constante y no se limita a sus frecuentes apariciones en recitales poéticos sino que también colabora con pintores con algunas de sus obras.
Su carácter cosmopolita se manifiesta así mismo en un talante cercano, abierto y liberal hacia todos con quienes contacta, de ello damos fe los que le conocemos en mayor o en menor medida.
Sus once obras publicadas hasta la fecha se centran en el terreno de la poesía, distinguiéndose en este sentido por su elegancia en el uso de la palabra y la sensibilidad y el sentimiento manifestados desde “Terminal Babilonia/En aras de un susurro”, publicado por la Editorial Recerca en 1999, hasta “El lenguaje interior” que hoy presentamos y que la Asociación Cultural Letras Cascabeleras de Cáceres, tiene el honor de ofrecer a sus lectores.
En sus diversas colaboraciones en antologías y revistas literarias, destaca sobre todas la realizada en 2013, por el grupo Soypoeta.com: “Poemas al director”, junto con nombres de la talla de Federico Mayor Zaragoza, Luis Eduardo Aute, Ángel Petisme, Inma Luna, Fernando Berlín o Juan Carlos Mestre, entre los 68 seleccionados de un total de miles de aspirantes.
Nuestro autor se muestra así como un hombre inquieto, lleno de entusiasmo e ilusión, que no duda incluso en cubrir tres horas de trayecto para asistir a un local cacereño, siendo uno de los habituales en ‘Letras en los Jardines’.
En referencia a la obra que nos ocupa hay que decir que con una llamada al entendimiento directo, sin palabras, cuando existe una verdadera amistad, en el poema de José Hierro, inicia el autor este recorrido por “El lenguaje interior” del poeta de la mano de compositores como Barber, Satie, Bach, Górecki, Smétana, Fauré, Debussy, Kodaly,Tchaikovski y Saint-Saëns. Y es que la música y la poesía siempre caminan juntas cuando alcanzan la sublimación de la obra bien hecha. Es el caso de este libro repleto de delicadeza en el dominio de la palabra, de sentimientos y de sensibilidad.
En Introito del alma, la noche se presenta como elemento actuante y testigo de las pasiones, de los excesos humanos.
El color de los abrazos como continente de la pasión, el ángel fruto de nuestros afanes actúa como protector de los efectos de la noche sobre el alma humana, una exaltación del abrazo sincero, el misterio del atardecer envolviendo a los amantes, la construcción del hogar íntimo como reducto privado del amor y la melodía cadenciosa del color de los abrazos. Todo ello compone el esqueleto y la esencia del segundo poema.
En Los gráficos del corazón, se expresa la tendencia a la intimidad cuando el corazón se sensibiliza con el amor, su resistencia ante la fecha de caducidad de la vida humana. Nos retrata así mismo la inestabilidad y la volubilidad de la pasión cuando se vive de cerca, directamente junto al ser objeto del amor, además de la complacencia ante la unión corporal de los amados.
El adagio cotidiano es el primer homenaje a la música, en este caso de Samuel Barber y en el poema se refleja el silencio reparador de una sala acogedora, las confesiones íntimas de los objetos que la amueblan, la nostalgia expresada por Barber en sus notas, reflejada también en los versos del poeta. Aparecen los compases de Erik Satie acompañando a la melancolía y al intimismo en la relación amorosa, la complicidad de los objetos silenciosos, de los insectos, espías indolentes del encuentro pasional y los muebles como componentes y participantes directos en una ópera adornada por la música de Bach.
En Exultación redimida se manifiesta el inicio de un encuentro amoroso con las manos entrelazadas que continúa en la noche y culmina en los besos acompañados de los espíritus del aire que rodea a los amantes, también el fulgor de las miradas desplegando la pasión, vivida como experiencia existencial por encima de las percepciones.
En El sabor de la frambuesa, el beso mantiene el calor rodeado del frío de la deshumanización, muestra la firmeza ante el temporal existencial que rodea a los amantes, la serenidad en su relación, su inseguridad ante las propuestas de futuro, cautivos de la pasión, de las cadenas de los besos.
El tono paliativo y la música de Henryk Górecki se enriquecen mutuamente y rememoran el recuerdo del primer encuentro, la música, la lluvia, la visión de los transeúntes y la previsión de su ausencia futura, sustituidos por nuevas generaciones. Un aria de Bedrich Smétana aviva el recuerdo del objeto del amor ahora ausente.
Frontera imperceptible resulta una descripción de las relaciones y sentimientos generados en las mismas, la expresión de recuerdos plasmados en escritos del pasado y hermanados ya con la soledad, la luz apenas se fija ahora en ellos, la luz del recuerdo, que se apaga y aleja como el tiempo que transcurre de manera inexorable.
El dolor presente dibuja ese paso del tiempo unido al desamor creciente provocado por un dolor que persiste con las decepciones y los retiros.
En El ejercicio de amar es el amor el que languidece con el tiempo, se contemplan los esbozos de una separación y hay comensales invisibles que recogen y aprovechan los restos del banquete amoroso, se divisa una nueva plasmación del desamor creciente, del alejamiento de la fascinación, pero que al final prolifera un nuevo cariz que anima.
En El agua que inunda se expresa un paralelismo entre la importancia de los besos para el amor y el agua para la tierra, el deseo saciado, la manifestación de esa saciedad, la renovación del amor, de la pasión, en la sangre que corre sin detenerse.
En Los adioses tardos, los objetos conservan los restos de los actos amorosos, incluso el recuerdo lacerante de la despedida, de la marcha lenta y dolorosa.
Las miradas que renacen, expone el renacimiento de la relación, un reencuentro, la inspiración y la reflexión con el apoyo de la Pavane de Gabriel Fauré, la música del gran compositor dedicada a la contemplación y el objeto del amor.
Ensayo para una visita supone un canto al retorno del ser amado, prolonga su mensaje, es una invitación a la reanudación de la relación construyendo un llamamiento a la noche que les arrope, también la culminación del encuentro y el acogimiento.
En Preludio para vivir se observa una llamada a la prolongación del reencuentro, a la aceptación del mismo, un canto a una nueva vida de la pareja; en él, tanto la Naturaleza como la ciudad se muestran cómplices del auge. Con los sones de “La mer “, de Claude Debussy, se compara la existencia con una sinfonía en construcción permanente.
El lenguaje onírico resulta un canto elevado al inicio del acto supremo del amor. Así, estimulados desde los sueños y por los sones del Stabat Mater de Zoltan Kodály, los amantes se adentran en su íntima unión, las sensaciones se expanden en el instante esperado, el recuerdo del acto permanece en los vestigios que dejan en los cuerpos.
En Epílogo nocturno ,secuela del primer poema, consecuencia de una comunión entre la noche y la música de Piotr Tchaikovsky.
Y por último, su “bonus track”: Errores y vigilias se presenta como conclusión y análisis de las experiencias no recomendadas, pero que refuerzan la unión amorosa y trasciende con “La juventud de Hércules”, de Camille Saint-Saëns.
Música y poesía abrazadas, enriqueciéndose mutuamente, uniendo sus matices en una obra que se me antoja un monumento al amor, una radiografía meticulosa y perceptiva de la pasión en un conjunto de poemas donde la palabra es respetada y mimada a la búsqueda de la belleza expresiva, de la sutileza y la sensibilidad que surge del alma del poeta para mostrarnos de manera eficaz el más puro sentimiento que a fin de cuentas es el motor de la existencia humana y sin el que pierde su sentido nuestro deambular por este mundo contradictorio, lleno de obstáculos a veces difíciles de sortear y que con poemarios como “El lenguaje interior”, se hace más llevadero y se abre a la esperanza del cambio deseado.
Vicente Rodríguez Lázaro, 2015.
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