Asesino en sueños (Relatos Casa Eolo, 2013)
Asesino en sueños
FranIgnacioMendoza
Acabo de despertar, he parado la alarma del móvil, porque siempre he odiado las alarmas y sus melodías estridentes, con la gran gama de politonos que hay con las nuevas apps para elegir un tema, no he encontrado ni uno que me pareciera lo más mínimo adecuado para despabilarse…
Despertar es un cambio brusco, regresar de otro mundo, agradable a veces y otras no tanto, pero es un regreso a la vida y si encima, te repican campanas, tintineos chirriantes, rumores monótonos, zumbidos bacalaeros, máquinas industriales, motores de sierra, pitidos de pajarracos, intermezzos imposibles… Nada.
Para despertar es preferible guiarse por el reloj interno, que aunque falle unos segundos o minutos es una vuelta natural, que hace que pongas un pie fuera de la cama sin sobresaltos, que te deja bostezar con tranquilidad. Te hace ver la luz poco a poco, dependiendo de la época del año en que estemos, claro. Pero sin duda el despertar biológico es beneficioso para todo, lo he leído en alguna parte, o quizás lo he soñado. No, evidentemente lo he tenido que leer, es obvio, y además es lógico que el organismo se reincorpore a la rutina del día sin un tímpano ensordecido, o un flash inesperado. Una trompeta celestial en si bemol, o una obertura wagneriana impetuosa. Nada.
Lo mejor es nada. El silencio es el mejor estímulo; me río al escribir esto, recordando las veces que he cambiado de casa, precisamente huyendo de los pequeños ruidos cotidianos ajenos, bueno, a veces no tan pequeños ruidos, taconeos presurosos a las 6 de la mañana o a las 3 del mediodía… Muebles arrastrados a cualquier hora, risotadas, voces, golpes…; las sillas, ese odioso arrastre de las sillas hacia la mesa, y después al recogerlas hacia dentro… No puedo con ese tipo de ruidos que hacen que reponerme a la consciencia o mi acceso al sueño sea incordiado por Godzillas con tacones de aguja, brujas barrenderas y cacatúas que cotorrean como bestias recónditas.
Hay una fauna inimaginable en las ciudades, vecinos del 5ºo del 3º, que no saben vivir sin golpear y deslizar todo lo que hay por la casa. Una lista interminable de cucarachas con ballenatos a deshoras, señoras con los gemelos más desarrollados que un ciclista de tanto subir escaleras y caminar todo el día mientras están de pie con tacón alto o las que corretean como geishas y las que trotan como jacas, a veces, es como si hubiera una cuadra de mulos en los pisos de arriba. Un escuadrón de artilleros preparados para el ataque, un enjambre de avispas zumbonas a media tarde, una tamboreada futbolera que te anuncia, quieras o no, que hoy hay partido, una chiquillada vociferante de camino a la escuela , como pequeños aprendices de sus padres, que no hablan, no, chillan, graznan, bufan como becerros, lloran como posesos …
No hay humanos en las ciudades cuando estás en este tipo de situaciones, al contrario, parece que te has metido en un cine en 3D, y te están obligando a mirar y escuchar una película que no te interesa en absoluto- como le ocurre al protagonista de La naranja mecánica- , que jamás irías a ver ni aunque te regalaran la entrada. No, no irías, pero se impone, te empujan hacia la sala abarrotada de parejas hastiadas, de solterones desquiciados, de marujones en grupo – haciendo homenaje y una versión actualizada de la película de Pedro Lazaga “Las amigas” de 1969, que protagonizaban Florinda Chico, Teresa Gimpera, Julia Gutiérrez Caba, Sonia Bruno, Mónica Randall y Luisa Sala entre otras actrices y otros actores - sin ser consecuentes de su realidad, que son una caricatura de sus pasados, unas señoras bien cuidadas que se atiborran de palomitas, cocas-colas y aguas, mucha agua. Son las representativas del estruendo y ya en la intimidad de cada una de ellas, todas enganchadas - aparte de estar siliconadas, ser adictas al láser e incondicionales del botox y el ácido hialúrónico -, a su dosis diaria de diazepam, lorazepam, alprazolam, lormetazepam, flurazepam…. Y algunas, las que sufren severas crisis de ansiedad y fobias hasta de haloperidol. Entre ellas se recomiendan los tranquilizantes y narcóticos como las que se detallan recetas del Hola, o las que se entusiasman probándose modelitos en una boutique, como citarían “Las amigas” de los 70.
Una cosa que quiero aclarar antes de que se me olvide, es que no soy nada misógino, he comparado a los loros femeninos alborotadores, como podría hacer una lista inmensa de gansos masculinos rugidores, machitos súper musculados y sin neuronas, colegas de trabajo o burros con orejeras, conocidos cerriles que ni con cucharón entienden nada, cabestros en panda con banderas de sus equipos que no ven más allá de sus narices; maestrillos repelentes que siempre sientan cátedra en sus opiniones o los fanfarrones tertulianos que además se permiten levantar el tono de voz, creyendo sin duda, que están causando ejemplo y luego están los ases de la pedantería que no serían capaces de considerar la ridiculez o presunción que acaban de afirmar de forma rimbombante, eso sí, haciéndonos partícipes -todos ellos- a los pobres que hemos ido a topar con semejantes especímenes aún no en extinción.
Ahora que viene al caso, recuerdo cuando me fui a una urbanización cerca de Palma, buscando armonía, huyendo de los taconeos matutinos y de las obsesionadas en la pulcritud y devotas de la bayeta. Y voy a dar -ya es mala pata- con un una pareja que vivía en un bajo y yo en el primero. Ella era una señora ciclotímica y él un vampiro de la noche, algo increíble y certifico que no exagero, se levantaban a mediodía, y no porque fueran adolescentes, no, que andaban cerca de los sesenta años, y ya empezaban sus tareas como las tortugas poco a poco. Se ponían en marcha a partir de las 11 o las 12 de la noche, el trabajando siempre en no sé que, pero martilleando, clavando puntas en la pared, montando muebles y desmontando otros; a veces salía por el jardín con una linterna en la frente a modo de minero y entraba trastos en casa que luego recomponía. Su jardín parecía una chatarrería. Ella le hablaba bajo pero era como oír a una cigarra a medianoche, él cuando abría la boca, cosa que hacía bien poco, era como escuchar a un canónigo amplificado, con luz de extraterrestre en la cabeza y mono militar.
El ritual era semejante todos los días sin excepción, hasta que gradualmente se agotaban y cesaba el proceder del cuarto de martirios, a veces a las 4 de la madrugada y otras, magnetizados en su quehacer a las 5 o más…
Os juro que aquello creí que era un castigo divino o no, pero si una condena por haberme quejado tanto de los anteriores vecinos. Harto de ser el insomne de la Osa Menor - nombre de la calle- me vi obligado a poner denuncia, después de haberles avisado previamente que yo me levantaba a las 6 para irme al hospital, cuando había trabajo en sanidad… Pero hicieron caso omiso a mis educadas peticiones de que procurasen no hacer ruidos después de las 12. Total, denuncia a los 10 días de aguantar esa tortura, -recuerdo que ni un orfidal me servía para desconectar – de zumbidos , berbiquís, impactos, golpes en la pared, traqueteos de estanterías… Una película de terror esta vez. En 3D y con sonido Home Cinema.
Me fui al mes de la mudanza a otro lugar, y otra vez lo mismo. Pareja con hijos que no eran niños, eran criaturas del averno, corriendo en patinete por el pasillo, saltando en el sofá o en el suelo, rechiflando con la videoconsola , pelotita por aquí, balonazo por allá, y la madre ausente donde las haya, frente a la tele viendo toda la programación después de acompañarlos al colegio y hacer todo tipo de corrimientos de muebles fregoteando…Pero no todo era eso, hasta el chorro de la micción del papá tenía para inaugurar el día, aquello no era forma de orinar un hombre , me figuraba un caballo evacuando en un estanque ,ese era mi despertador a las 6:30 de la mañana.
El caballo y luego los monstruitos con la mamá detrás, como la gallina con sus polluelos, sin darles un toque de atención. Así salen luego los jóvenes, si no reciben normas de conducta en casa, ¿cómo van a tenerlas en la calle? Pero ese es otro tema…
En los momentos más críticos he tenido deseos de subir o bajar y ser como un terrorista, tirar la puerta que encierra a semejantes seres y aniquilar o fumigar como si de una plaga de insectos se tratara. Cualquier veneno hubiera servido.
Esos deseos asesinos me asustaban al principio, pero después de haber sufrido todo lo anterior y más que no cuento para no aburrir, no me sentía para nada un asesino impotente, sino más bien un ángel exterminador, un depurador de la raza inhumana, una víctima que se defiende ante una agresión. Sé que pueden pensar que soy una especie dictador, un descerebrado o un insoportable soltero maniático del sigilo. Pero el tiempo me ha dado la razón.
Sé que somos muchos los asesinos en sueños, los cazadores de alimañas, los que hemos ideado formas, métodos para finiquitar el problema, técnicas encauzadas a reparar malos hábitos, estratagemas viables para que abandonen sus guaridas. Trampas. Locuras sí, mucho maquinar y reproducir instantáneas mentales, pero al final, la única opción es irse de la casa y esperar que la próxima por fin sea el lugar ideal, al menos que haya paz. Silencio. Y que puedas ser dueño de tu descanso y de la hora en que pones en marcha tu alarma –tu vida- o despertador natural.
Menos mal que en esta casa el único sonido que me acciona y que ya me toca un poco los cojones es el ulular de los búhos, parece ser que esta zona es un hábitat ideal para estas aves esquivas y pesadas. Pero no es comparable con todo lo anterior.
Ahora me reaniman los búhos, al menos ellos ignoran si hay otros animales que duermen aun, y por ser animales se les perdona.
Ésta es una casa solitaria, en un callejón sin vecinos ni arriba ni al lado, eso es un puntazo, la pega es que es fría y húmeda. Nada es perfecto del todo.
Nada.
® © CasaEolo/Fran Ignacio Mendoza
2 comentarios
Francisco I. Mendoza -
Carlos Morcillo Santero -