El exilio voluntario -muestra-
PENULTIMA HORA
Anoche, rescatándome de los escombros vividos,
las horas se hacían cadentes y sin luz.
Juzgado por un tribunal sin rostros,
en las vigas del techo…
Anduve de arriba abajo, revolviéndolo todo,
buscando entre mis cosas una paz extinguida;
mi cuerpo era una maleta pesada
y las tortugas se habían convertido en mis pies.
Las horas se hacían cascote en la mente.
Anoche, aún me sentía con fuerzas,
a pesar del inmenso rompecabezas
que ocupa mi vida desde siempre.
En los salones abandonados
y en la nota de equilibrio olvidada
en un pupitre, en el que no aprendí nada.
Las nubes ahorcadas con los cables,
los ojos rebosantes en un estanque sin caricias.
Las paredes enajenadas implorando el viejo calor.
Anoche, bizarro, quise gritar con rabia:
la destrucción es sentir más frío que nunca,
es ver arder el decorado…
Me froté los ojos con ambas manos,
resignado contra el marco de la puerta.
El hombro entumecido cuando despuntó el sol.
Y en la suma de la noche con el día nuevo,
las horas se hacían un flamante colador.
LAS HORAS MUERTAS
Así las horas han muerto,
echando cerrojos a la luz.
Te he esperado una vida,
delfín, o sólo pompa cálida,
en las horas de cemento
que separa los días,
con ansia, en punto, a esta hora.
Te he esperado sin acabar de llegar,
como se espera un beso en la mañana,
un latido al lado al fin,
una mueca feliz que rebase
al monstruo del mundo.
Sin acabar de llegar,
las horas muertas esperando,
las horas de hastío a mi alrededor.
Así, mi sonrisa
se ha dibujado un instante,
y las horas se morían
en el jardín esta tarde,
de vuelta a un silencio
que provenía de los muebles,
y la alegría se reclinó
sobre mi hombro, peso ingrávido,
de calor maternal…
Así las horas de miedo,
hoy han muerto.
LO QUE DIRÍA
Besando mi miedo había ido,
por fiestas y también en tardes,
solitario.
Miedo de basalto y caliza porosa.
frío acantilado entre tripas
que tienden a almacenar.
Por los callejones angostos
de un pueblo vacío,
pero besándolo.
Te diría que no existe del todo,
pero las horas corroen,
y ese animal que transforma
cortinas en fuegos no está.
Llorando de nada sirve,
entonces mi miedo se robustece,
y nace un silencio perro,
un halo cabe al trastero
de ponzoña y reciclaje.
Besando mi silencio te había amado,
derribando tus defensas y columnas,
pero aún así,
las escenas eran demasiado claras,
las voces y las lenguas eran sacos abiertos
donde las culebras te ahogaban.
Pero no,
no, yo te diría que las escenas eran claras,
que mi miedo se quejaba,
excesivamente cruel conmigo,
y te diría…,
sabes bien todo lo que te diría,
pero mi miedo de basalto y caliza porosa,
lo impide muchas veces,
a veces,
cuando te he rozado apenas.
Los cachorros de la hiena han crecido,
Y el miedo
va envejeciendo lentamente,
entre mi cuarto y la cocina.
Besando mis fatigas he despertado,
el corazón tambaleándose de cansancio,
con mi miedo besándome
en los labios sin sentirlo…,
por fiestas y también en tardes,
solitario,
mi miedo de basalto y caliza porosa.
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