Fran ignacio Mendoza presenta un poemario para despertar al lector del letargo de lo cotidiano. A lo largo de sus páginas combina confesiones, pensamientos crudos, oscuros secretos y pasiones desechadas. Pero también deja un espacio para la luz, para repensar la forma en la que entendemos la vida y hacerla más consciente y certera. Plasma heridas propias y ajenas y acepta sin tapujos que a veces nos utilizamos unos a otros. La esencia de la contrariedad del ser humano puede ser el eterno absurdo de clamar por un cambio sin comenzar nosotros mismos dando el primer paso.
Solo las acciones cambian el mundo. “No acostumbremos a los hombres venideros a ser los perros guardianes del amo”. No arremetamos contra el reflejo del enemigo, porque indudablemente fallaremos. Identifiquemos las amenazas y las vergüenzas que tiñen las sociedades de hoy, deshumanizadas y crueles. Dejemos de programar futuros esclavos mientras perdemos el tiempo en absurdas proclamas progresistas. Forjemos lazos humanos que nos guíen, como hilo de Ariadna a través de este profundo y caótico laberinto.
(…) Estamos ante una poesía adulta y desvinculada de las pretensiones de agradar. Aquí hay acidez en la reflexión, hay óxido amargo en las sentencias. Hay, incluso en un mismo poema, contradicciones, propias del autor y del ser humano: autoayuda y catarsis; positividad y victimismo; duelo y desapego; egoísmo y generosidad; rebeldía y aceptación; libertad y alienación. El autor dice: «Somos incompletos, disfuncionales e imperfectos, aparentando ser lo que no somos…». Y en contraposición también asegura que: «En este momento preciso, cuando nada fluctúa ni oscurece, a pesar de la lluvia, no llora el corazón…». Estas son dos maneras totalmente opuestas de verse a uno mismo y de sentir la realidad. (…) Joan Carles Tomás Forteza, autor del prólogo.
El estilo es crudo en gran parte de la obra, pero también hay espacio para fantásticas introducciones, como en el poema “El reflejo de todo”, o para grandes disertaciones filosóficas acerca de la identidad y la fidelidad a uno mismo. Se muestran de forma coherente las incoherencias innatas del ser humano y la lucha formidable que supone vivir y consigue transmitir a lo largo de los poemas rabia, paz, deseo, decepción, desesperación, Amor e incluso una dosis de racionalidad encapsulada como en el poema “Infierno vs Cielo”. Es una obra madura y completa con una voz potente y un mensaje que punza en la llaga de lo que estamos haciendo mal.
Su lectura nos enseña que todos tenemos cicatrices y secretos. Que nos utilizamos, nos juzgamos, nos creemos a menudo víctimas de los otros. Pero a veces olvidamos que la culpa también es de uno mismo. La voz del autor nos recuerda que es importante aprender a apreciar las cosas importantes de la vida, que en muchas ocasiones aparentan ser nimiedades. Ignorar el orgullo herido y constatar que todo es más simple de lo que aparenta ser. Que la decisión de mantener vivo al niño que fuimos es nuestra, aunque nos crucifiquen por el camino nuestros torbellinos, nuestras contradicciones y nuestras dudas. Aceptar que somos un punto diminuto entre millones y al mismo tiempo seres únicos plagados de instantes inolvidables.
Habla también más a fondo del Amor. Debemos aprender a amar con las letras correctas, a la compañía correcta. Dejar que se ventile la sombra de los recuerdos y exiliar para siempre la decepción de no haber llegado a otros corazones. Adorar a quien nos descubre la dicha de vivir, adorar con el pulso, con la carne, con la sangre de sueños futuros y no idolatrando falsamente a ventanas fugaces que nada recordarán de nosotros cuando hayamos partido